15 de septiembre de 2015

El viejito del jardín (cuento)


Por María Eugenia Marín Córdoba

Un día lleno de sol me asomo por la ventana cuando veo un viejito escondido ente las amapolas. Vestía chaqueta de cuero y un sombrero aplastado por los años, también iba descalzo.

Sentándose en una piedra cuadradita, se veía pensativo. Se quitó el sombrero y se rasco la cabeza. De pronto se puso de pie y se encaminó hacia el estanque donde nadaban unos patos.

Mientras veía los animalitos pensaba: “Si encontrara un nido de huevos ¡Que banquete me daría!”. Pero nada, los patos eran puros machos y los machos no dan huevos. El hambre que tenía el viejito le hacía decir “Si tan solo tuviera un pedazo de pan… aunque fuera añejo”
De pronto apareció una niña y lo vio.

–¡Señor! ¡Señor! ¿Dónde vive usted?

–No tengo casa ni donde dormir. Por eso me verá en este hermoso jardín. –Le contesta con mirada triste el viejito.–

–Espere, no se vaya. –Le dijo la niña mirándolo con ternura.–

La pequeña entró a la casa y le dijo a su abuelita –¡Abuelita! Allá afuera hay un viejito con hambre y frío, démosle un poquito de café con pan.–

–Sí mi pequeñita. Tienes un gran corazón. –Dijo mirando a la niña con mucha ternura.– Anda, llévale algo de comer y una cobija para que no se muera de frío.

Agradecido, el viejito se encamino hacia un montón de ramas y hojas secas, y allí se acostó a dormir. Al día siguiente cuando se levantó miró una bolsa de basura negra a su lado, la revisó y encontró ropa limpia. Alguien la había dejado ahí.

“¿Qué voy a hacer con esto?” –Pensó el señor.– “¡Ya sé! Se lo voy a dar al hogar de ancianos”. Así que se fue con la gran bolsa y la dejó en la entrada del hogar. Antes de irse llamó a la puerta.

Un hombre joven recogió la bolsa y se la llevó a la administradora y le pidió que la revisara para ver qué contenía. Para su sorpresa traía ropa, zapatos y comida. Pero eso no era todo, en un calcetín de niña había unas monedas brillantes que parecían de oro.

–Vaya a ver quién dejó esta bolsa.– Dijo la administradora al portero.–

El hombre fue y divisó al viejito como a doscientos metros de distancia, quien caminaba lentamente. El potero lo siguió y lo detuvo.

–Señor, no se vaya. Devuélvase por favor.–

–¿Para qué? –Exclamó un poco asustado el viejito.–

–Queremos ayudarlo. –Respondió el portero.–

–¿Cómo? –Volvió a preguntar el viejito.–

–Dígame, ¿Tiene a dónde ir?–

–No, no tengo donde recostar mi cabeza. –Finalmente respondió el anciano.–

–No se preocupe, ya encontró hogar. –Dijo amablemente el portero.– Venga, aquí le darán cama y comida.

Sin embargo el viejito mostrando preocupación le respondió. –Pero ¿Mi jardín? Yo vivo en un jardín.–

–Usted tranquilo, nosotros lo llevamos al jardín –Insistió el portero.–

–Bueno, está bien. –Terminó aceptando el viejito.–

Pasaron los días y no lo llevaban al jardín. El viejito extrañaba aquel lugar, con su estanque de patos. También extrañaba a la niña que le había dado café con pan. Entonces un día se salió del hogar y se fue para su jardín. Al llegar vio a la niña e inmediatamente fue a su encuentro.

–Sol –Ese era el nombre de la niña.–¡Te extrañé mucho!

–Yo también te extrañé tanto. –Respondió alegre la niña. –Pero mira qué lindo está el jardín, tiene flores nuevas y hay patitos, mi abuelita los ha estado alimentando.

–¡Qué bueno! –Dijo complacido.– Tú y tu abuelita tienen un buen corazón, por eso Dios tiene que bendecirlas.

–Gracias Tobi –Dijo la niña llamando al viejito por su nombre.–

El viejito estaba cansado así que se sentó en la piedra y se quedó dormido.

–Pobrecito –Dijo Sol, viendo conmovida al viejito.– Fue adentro y le contó a su abuelita que Tobi se había quedado dormido, a lo que la señora le dijo que lo dejara y que en la mañana verían que hacer con él.

Pero el día pasó y Tobi no despertó.

FIN

Nota: La autora es vecina de Bebedero de Escazú y tiene 75 años de edad.

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